My Playlist


domingo, 17 de diciembre de 2006

Fragmento de "Uno, un sólo corazón"




Habla el Almirante...

Revivo absorto de todas las cosas en este siniestro paraje de acero, la leyenda de las Sirenas, de algunas de ellas galopando con destreza, hacia marítimas y lejanas auroras...
Allá en su sede de Sorrento, las Sirenas y ninfas habitaban, desdeñosas por la esclavitud que resignadas acontecían. En Nápoles, Parténope
(*) moría para parir a esa ciudad.

Estas piedras me hablan afiladas en su lengua, permaneciendo enmudecidas durante siglos, ellas me profieren sobre héroes, de amores padecidos, de poetas y muertes achacadas con premura a su canibalismo... Doce siglos antes de Cristo ya se manifestaba la Sibila pronunciándose en los oscuros oráculos de sus orígenes, vaticinando pesadumbres y siniestros acontecimientos en su “Libro mágico de los oráculos”.
Ciudades consagradas a Dioses me vienen asaltando la mente desde este apuesto templo de calizas grises y plateadas...


Las Sirenas de los escollos, de los arrecifes ahora desaguados, de estos que pateo y marco de mis huellas. Sentadas en un prado tal vez a ratos, donde debíase evitar oir su canto pues avanzaban hasta los mares desde las mismas escolleras –confusa está la historia de estos seres y en mayor medida mi mente cuando intento hacerla dueña del raciocinio que necesito–. Castigáronlas sus padres al no prestar ayuda a algunos Dioses y convirtiéronlas en aves por esta misma causa, la Sibila había predicho en su oráculo que vivirían hasta que algún humano oyese sus dulces melodías, debiendo estos mortales continuar su camino sin prestarles caso alguno. Eco en sí de unas palabras que aparecen representando a otras Sirenas en algunos fragmentos fenicios. Se ha de ser presto para aislar la historia de la leyenda. Precisamente los que hemos convivido con estos seres permanecemos en silencio. Aristóteles, Homero, Apolonio y otros tantos ya hablaron suficientemente sobre ellas... En suplencia de estas extrañas criaturas con cuerpos alados, aparecieron las que con escamosas colas, asemejaban monstruos marinos por aquellos entonces, definidas como maléficas mujeres, desalmadas muchachas o viciosas –realmente monstruosas las que yo mismo conocí en el Cantábrico–; reinando por entonces el mismo desorden que acusa nuestro días debido a la resolución científica, que hubiere de ser demostrada y nunca llega a comprobarse sin excluir la posibilidad del existir de éstas, pues más bien los estudios lo confirman. Las Sirenas existen indiscutiblemente, doy fe de ello en tantos de mis escritos en este mi diario. Desgarrador aullido que en ocasiones he oído proviniente de sus ajadas gargantas que no tenían nada de humano.

Esta vez los peñascos a silbidos roncos y mezclados con agudos, a ellas me recuerdan en su eco, en el eco de la historia que redunda. Aullido que se hunde en lo lejano de los siglos a remolinos, antigua voz de las Sirenas.
Miro sin divisar ahora –torpeza que los años me deja como a tantos de legado–, y veo la luna sangrando por las cornisas de estos arrecifes, sobre las puntiagudas rocas que me rodean. Si llegaran a decirme su secreto... Aquellas visiones, éstas innovadoras y violentas visiones del paisaje erecto que diviso... que me trasladan sin principio ni final a una sutil y enajenada locura misteriosa, locura que no sé al fin si es principio o es final al transcender de mi consciencia y mi recuerdo.


Paséense remotos, los llamados “Lestrigones”(**)salvajes y antropófagos, una colonia de las suyas adueñóse de la isla habitada por las Sirenas e hiciéronlas esclavas, sirviéronse de su belleza para embelesar a los navegantes que hasta la isla eran atraídos por tal encanto, para ser devorados por estos feroces Lestrigones. Las Sirenas, hábiles nadadoras, armoniosas criaturas bordeando las naves y prometiendo amores fantásticos a los marinos que arrumbasen sus navíos en las vecinas costas.
Por esta causa la epopeya cobraba forma, la realidad evocando la leyenda, la leyenda en sí, disgregando la fantasía. Lo cierto es que yo las ví y aquende me hallo en el renombrado Torcal sin atrapar los vestigios del pasado.>>


(*) La Sirena Parténope–también llamada Perténope–, tras su muerte, fue enterrada en la costa donde fuese hallada, erigiéndose un sepulcro en ese lugar, más tarde se construyó un templo, este templo se convirtió en pueblo, finalmente, este pueblo se transformó en la ciudad de Nápoles, tal y como se cita en el capítulo 7 de esta obra.

(**) Pueblo antropófago de Sicilia, en la Odisea de Homero.


SirenitySevenSea



No hay comentarios: