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sábado, 25 de noviembre de 2006

Si te quedas tranquilo esta vez, te diré que te he perdonado.
Tan sólo por ti hago esto, quién sabe si por última vez.

*
Porque hoy caigo de boca a un oscuro pozo y en mi equipaje no caben rencores pero tampoco caben olvidos. No llevo mucho entre mis posesiones. Un poco o un mucho de dolor es lo más que tengo entre mis cosas personales. Las maletas, esta vez, se prepararon por sí mismas, ayudadas de la mano de un irrevocable pasado que me engaña y me demuestra que no quiere morir y sobrevive constantemente volviéndose a presentar como presente cuando menos me lo espero.
Sólo una cosa llevo en mis bolsillos y es la mano de Dios que allí mantengo silenciosa sin saberlo ni yo misma. Y cuando busco en ellos, o la introduzco para demostrarle a alguien que los llevo vacíos y no contienen ni una gotita de esperanza, encuentro esa mano de Dios que todo lo puede. Esa mano, lleva un poderoso pañuelo que me recoge cada una de las lágrimas que caen a causa de esos que dicen ser mis amigos.
Entonces, milagrosamente, yo converso con Dios en un auténtico diálogo. El único quizá que me hace ver la verdadera historia de mi vida.


-Llora, no temas. Te hará bien.


-¿Por qué me veo así? Necesito comprender por qué existen personas que sólo quieren jugar conmigo.


-Piensa en ti. En todo aquello que te he entregado. En todo lo que tienes ahora. Esas personas sólo buscan su hueco entre los demás. Cada uno de un modo. No todo el mundo se coloca en la vida de los demás de igual manera. Todos ellos te aportan.


-A veces mi corazón se encoje de dolor Dios mío. A veces me veo morir.


-Sólo son aprendizajes.


-Necesito de tu fuerza.


-La tienes. Tan sólo cógela.


-Si. Gracias Dios mío. Estás en todo y sobre todo estás en mí. Y tu estancia me hace cada día más fuerte. Aunque… Me cuesta la vida muchas veces. Y cuando me siento morir no atiendo a nada, ni siquiera me atiendo a mi misma. Caigo en un abandono total y me sobra todo. Busco entre todos las rendijas de mi vida algo que me saque de este pozo sin final y sólo me veo caer a una velocidad vertiginosa; reflejada en una muchedumbre que a gritos me zarandea y me hiere brutalmente. Y quiero entonces saber apartar los “buenos” de los “malos”, pero todos se agolpan en el mismo sitio, todos sobre mí, porque es como si todos se pusieran de acuerdo para destruirme al mismo tiempo, con el antes y el ahora o el pasado y el presente de cada uno de ellos sobre mi vida. Cuando me olvido de mí Dios mío, me olvido también de mis familiares más directos, de mi sol de mi luna y de mi estrella, y eso Dios, eso sí me pone triste. Porque sé que no merecen eso. Entonces es cuando me veo egoísta por no pensar más allá de lo que tengo, y vuelvo a un laberinto de reflexiones que me hace padecer y busco la muerte y el olvido entre esos que se llaman mis amigos. Me veo a veces que no puedo seguirte. Porque corres mucho y yo me debilito en la carrera. Me veo con tanto que aprender que me ahogo con mi sangre y con mi vida, y muero recordando y buscando una salida que no existe. Me traslado sin querer a mi pasado y la inseguridad de aquellos años se me presenta como un aperitivo. Parece que es irrevocable que abandone ese engañoso plato para seguir comiendo de maldiciones y de daños. Dios, a veces…. Dios… A veces no te encuentro. Perdóname.

-Recuerda aquella bonita historia que te hizo llorar
.



Aquella historia trata de un hombre que caminaba por la playa un día.


En la arena, se dibujaban las huellas tras el recorrido de él mismo atravesando sus andanzas por la vida. Sobre la arena, perfectamente se divisaban dos huellas, otras veces cuatro.
Este hombre, le reprochaba a Dios, que algunas veces, sólo se veían las huellas de dos pies, y le decía así:

-Dios mío, me has hecho muy duro el camino por la vida.
-Siempre he estado contigo.
-No! No me mientas. Sabes de sobra que no ha sido así. Lo he pasado mal. He tenido épocas de mi vida en la que tú no has aparecido. He llorado. He sufrido. Me han acribillado y tú no estabas conmigo. Me he visto al borde de la muerte y tú no venías a mi lado. Sí que otras veces me has acompañado pero no siempre Dios. No me engañes tú también, te lo ruego.
-Siempre he estado contigo- le repetía Dios sin inmutarse.
-¿Quieres la prueba de que lo que dices no es verdad? ¡La quieres! –le gritaba el hombre a Dios, malhumorado y lleno de rencor.
-Adelante.
-Mira la arena Dios. La arena lo dice todo. Ahí están reflejados todos y cada uno de mis momentos en la vida. Mi paso por la vida. Mis caídas. Mis pasos. Si miras con atención, comprobarás que se aprecian cuatro huellas algunas veces, esas son las que tú ibas a mi lado dándome tu mano y dándome fuerza. Pero muchas otras veces no. Otras muchas veces, sólo se ven dos huellas. Esas veces Dios mío, tú no estabas conmigo. He caminado sólo. Esas veces he llorado en soledad porque ni siquiera tú estabas a mi lado.

El hombre rompió a llorar y bajó la cara recogiéndose el rostro entre sus propias manos temblorosas.

-Esas veces –le dijo Dios acariciando su cabeza –esas huellas donde sólo se ven dos, son todas las veces que tú te has caído, que llorabas y sufrías. Son todas las veces que te he cogido en brazos para que pudieses continuar tu camino.






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